05

Antonio Gala en la casa. Recuerdos de su secretario

“Qué bien hice comprando la finca, ¿verdad? Qué hermoso es esto”, repetía Antonio Gala, en cada paseo por La Baltasara, a Luis Cárdenas, su secretario personal durante casi treinta años. La memoria de Luis sirve para situar el valor de La Baltasara en su justa magnitud, teniendo en cuenta los orígenes, oníricos, de su adquisición, y la evolución que experimentó.

Simbólicamente vinculada a la escena teatral. Escenario, a su vez, de un tiempo de trabajo en la escritura de las novelas que llevarían a Gala al cenit de su carrera en este campo, ya que como dramaturgo ya lo había conseguido. Desde un retiro, paradójicamente.

Cada recuerdo del colaborador más estrecho del escritor permite comprender por qué este rincón de Alhaurín se convirtió en un Edén aparte, diferente. Escuchémosle.


● Luis, usted cuenta que cuando a finales de los ochenta había en Gala cierto cansancio de la vida del teatro, de Madrid… ¿cree que de manera inconsciente estaba buscando un lugar donde iniciar su carrera como novelista?

No es que lo crea, es que se lo he oído contar a él en infinidad de ocasiones. Además, no lo hacía de manera inconsciente, sino conscientemente. Estaba pasando una temporada de intenso trabajo (sobre todo como autor teatral) y sentía una mayor necesidad de descanso, porque quería dar el paso a la novela (de hecho, todas las novelas, desde la primera, El manuscrito carmesí, en parte, han sido escritas en La Baltasara). Hacía unos años que vivía en Madrid, en la calle Macarena esquina a Triana, después de haberse apartado un poco de ciertos contactos, pero deseaba más aislamiento para trabajar, es decir, leer y escribir, y, sobre todo, sentirse sereno (él siempre ha aspirado a la serenidad más que a la felicidad). Como él decía: “quiero enmimismarme”.

Además, varios conocidos le habían hablado de Alhaurín el Grande como un sitio adecuado para lo que él quería y deseaba. Cuando por fin soñó con el nombre (Alhaurín)… ahí empezó su periplo, primero en la Huerta del Jorobado, un par de años aproximadamente, y, de forma inesperada y casual, le siguió el encuentro con la finca, abandonada y en venta desde hacía tiempo: la reja de cierre era como un punto y aparte. Y así fue.


● ¿Qué tenía La Baltasara de especial para Antonio, como para seducirle de esa manera?

A esta pregunta se responde visitando La Baltasara. Se da uno cuenta de lo seductora que es, y se entiende que se quedara prendado de ella. De hecho, recuerdo que siempre que dábamos uno de los paseos por la finca, se paraba en algún lugar especial, y me repetía: “Qué bien hice comprando la finca, ¿verdad? Qué hermoso es esto”. Evidentemente, en cada ocasión yo no podía más que asentir, porque tenía toda la razón. Pero hay que pensar que cuando él la descubrió no tenía nada que ver con la actualidad, si bien supo ver sus posibilidades.

No lejos del centro, por cuestiones de intendencia; no demasiado grande ni demasiado pequeña, por cuestiones de intimidad; y, como él decía, estaba y está a 25 kilómetros de todo: de la Costa, de Málaga, del aeropuerto, de Marbella… Era verdad: la convirtió en lo que es hoy, pero con mucho esfuerzo, trabajo, cuidado y mimo. Yo la conocí el verano de 1992, y, por supuesto, quedé impactado e impresionado, sobre todo bajando por la Cuesta de los Valientes hasta llegar a la casa. Quiero añadir que algo increíble que tiene la finca son sus puestas de sol, que él ha descrito de forma muy poética en muchos de los artículos que ha escrito aquí.


● ¿Le recordaba algún lugar en particular esta zona de Málaga a Gala? He leído en algún sitio que a la Toscana italiana.

Efectivamente, pero sobre todo una vez plantados los cipreses: en ese momento es cuando más se lo recordaba. O quizá precisamente lo hizo (plantar los cipreses) por ese mismo motivo: para que le recordara Italia, y se pareciera todavía más a la Toscana. Hay que recordar que pasó una temporada en Florencia, dirigiendo una galería de arte.


● ¿Por qué esa fijación con el personaje de La Baltasara?

Parece ser que él desconocía en un principio que se tratara de una actriz. Creo que no lo quería creer, puesto que de alguna forma estaba apartándose del mundo del teatro. Creía que se trataba de uno de los muchos motes que tienen las familias en el pueblo: Los Baltasaros. Luego creyó que era una bruja buena que le ayudó a llegar aquí. Pero cuando firmó las escrituras y vio que realmente era un nombre nuevo el de la finca (antes se llamaba El Naranjal), y que, efectivamente, comprobó que era una actriz del Siglo de Oro español, no tuvo duda: fue conducido hacia La Baltasara de manera inconsciente, ya que, intentando poner distancia con ese mundo, es decir, huyendo del perejil, le nació en la frente. De hecho, no dejó el teatro, pues aquí escribió sus cinco últimas comedias: La Truhana, Los bellos durmientes, Café cantante, Las manzanas del viernes e Inés desabrochada.


● ¿Recuerda algún verano en particular especialmente fructífero, a nivel literario?

Recuerdo la primavera y el verano de 1993, año en que se publicó La pasión turca. Fue la primera novela que me dictó, en el otoño e invierno de 1992, aquí en La Baltasara (a la vez, seguía con su colaboración semanal en El País y diaria en El Mundo). Se presentó en la primavera del año siguiente, y fue una locura tanto en el Día del Libro de San Jordi, en Barcelona, como en la Feria del Libro del Retiro de Madrid: las colas eran interminables, había que poner seguridad para los que buscaban su firma, y fue una auténtica peripecia lidiar con todo. Creo que, después de El manuscrito carmesí, es la novela de la que se han hecho más ediciones. De hecho, se mantuvo como la más vendida durante meses.

Y también recuerdo, por lo especial, cuando recibió (cosa rara, pues no era lo habitual) en el año 1996 a los editores de la editorial Planeta, porque, por fin, lo habían convencido de que publicara su poesía (de hecho, Planeta no publica poesía), después de mucho insistir. Recuerdo que la “jefa” le dijo a la editora: “como no publiques este libro, te despido”. Y se publicó. Se trata de Poemas de amor, del que se han publicado no recuerdo cuántas ediciones, y aún siguen saliendo nuevas.


● ¿Cómo ha sido trabajar todos estos años con alguien como Antonio Gala?

Difícil pregunta, por difícil persona. Difícil, en el sentido de que es muy exigente: primero consigo mismo, y por lo tanto con los demás, sobre todo conmigo, que estoy tan cerca, y encargado de muchas cuestiones de toda índole.

Pero, por otro lado, he viajado a muchos países, ya que lo acompañaba en cada uno de los viajes que hacía, sobre todo si eran de tipo profesional. Recuerdo ahora mismo una gira promocional por cinco países de Hispanoamérica: fueron 21 días en los que cambiamos de huso horario en tres ocasiones. También he conocido grandes personas y grandes personajes, algunos de ellos después se hicieron no sé si amigos, pero sí algo más que conocidos (por ejemplo me acuerdo de Terenci Moix sobre todo, porque siempre íbamos a visitarlo cuando viajábamos a Barcelona; o Concha Velasco, a la que conocí en el otoño de 1992, en la Expo de Sevilla, y luego coincidí en muchas otras ocasiones; o Mary Carrillo, la gran actriz, que me cogió un cariño especial. Y así podría nombrar a muchas otras personas).

He aprendido, a su lado, a leer con la vista puesta en las erratas, faltas de ortografía, etc. No lo puedo remediar. Como suele decirse, es deformación profesional. De hecho, en esta promoción pasada de la Fundación Antonio Gala para jóvenes creadores, algunos de los chicos escritores y no escritores me eligieron como su corrector, y me pusieron el sobrenombre de policía filológico. Y, como yo digo siempre, eso a pesar de que soy de Ciencias.

Y, sobre todo, me río mucho a su lado, cosa muy importante, ya que es una de las personas que he conocido con un mayor y mejor sentido del humor, y con una fina ironía de la que no se escapa nada ni nadie.

Reservar visita